Jorge González es un referente de la medicina legal en Cuba. Foto: Ana Álvarez Guerrero.

Fui a Bolivia por 21 días y terminé viviendo en allí cinco años y medio, dice sin cortapisas el doctor en Ciencias Jorge González Pérez.

Su “tarea” en ese país, la “más romántica” que pudo imaginar por la carga de simbolismo que llevaba implícita, fue dura, llena de dificultades que el médico tuvo que sortear, porque “a la Patria no se regresa sin cumplir”.

Ahora Popi, quien es un paradigma de la medicina legal en Cuba, presidente de la sociedad cubana de esta especialidad desde 1990 hasta 2017, profesor, y cubano hasta a la médula, repasa aquellos días en un intento de condensar su esencia. Nos habla de la búsqueda infinita del Che y sus compañeros de guerrilla, de la alegría del hallazgo y de cómo el camino que eligió al inclinarse por su profesión lo ha llevado a la mayor de las gratificaciones: sentirse útil.

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A solo una semana de haber llegado a Bolivia, la embajadora cubana en ese país envió a Jorge González a Valle Grande.

“Ella me manda para Santa Cruz y de ahí tenía que seguir para Valle Grande, yo ni me conocía bien la geografía allí, ni el modus operandi. Todavía yo tenía una mentalidad del CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica), donde tú llegabas a un lugar y siempre había alguien esperando para guiarte. No tenía la independencia que tiene la gente hoy para viajar. Yo estaba acostumbrado a que me llevaran de la mano.

“Me dijeron que en Santa Cruz me iban a estar esperando. Llegué al aeropuerto con mi maletín”, ese que fue un desvelo todo el viaje desde Cuba y donde Popi tenía las fichas de identificación, el molde de la dentadura del Che, los cabellos del Che... cosas esenciales para la misión.

“¿Qué más tenía que tener el maletín? Dinero, tenía que tener dinero. Nunca había tenido tanto. Yo estaba nervioso con el dinero que llevaba en el maletín. Llego a Santa Cruz y cuando salgo del área de control del aeropuerto, miro, no veo a nadie. Pensé que alguien iba a estar con un letrerito, algo para poder identificarme”, relata el profesor.

“Espero unos minutos, no había nadie y de pronto escucho por el altavoz del aeropuerto: 'Doctor Jorge González, doctor Jorge González preséntese en información'”.

“Digo, 'verdad que el mundo es chiquito', porque tú te imaginas que yo llegue por primera vez en mi vida a este aeropuerto en Santa Cruz y haya alguien que esté llegando, en este mismo vuelo, que se llama igual que yo, porque yo no creo que ese sea el contacto de la embajadora, cómo me van a estar metiendo esos bocinazos.

“Me quedo incrédulo. No habían pasado unos minutos y de pronto comienzan a decir, con un tono un poco más imponente: 'Doctor Jorge González, doctor Jorge González, preséntese en información'.  Digo, 'bueno, ¿esto será conmigo?'.

“Uno ha aprendido mucho... Lo que pienso inmediatamente es no ir para Información. Me voy a parar en un ángulo en el cual yo vea cómo es la onda de Información y cuando vea que un tipo se acerca y hable ahí y diga mi nombre, ese es el que me está buscando, para caracterizarlo, ver cuál es el ambiente. Me paro en un ángulo, miro y veo a tres hombres...”, rememora.

“Mi doctorado en Alemania fue de alcoholismo y la influencia del alcoholismo agudo en los accidentes de tránsito. Digo: 'Estos tipos están curdas. Están borrachos, evidentemente. No tengo la menor duda de eso. No puede ser que la embajadora me esté mandando a ponerme en contacto con esta gente que están borrachos'.

“Parece que la embajadora le había dicho que yo era uno que tenía el bigote muy grande, porque uno de ellos me ve, y le dice al otro: 'Míralo allí'.Pero grita’o en medio de aquello. Yo que estaba intrigado, medio escondido, medio que me creía que yo era el agente 007... Los tipos me van para arriba a toda voz: ' ¿Usted es el doctor González, usted es el que mandó la embajadora de Cuba?'. Grita’o.

“Hay una cosa psicológica que cuando te gritan, tú hablas bajito y eso es una forma en la que tú limitas a la gente, una forma de transmitirle a la gente que te baje la voz. Y así lo hice: 'Siiiii'. Me salió un poco fino. Y seguía repitiendo y yo: 'Siii'.  Hasta que los tipos me dicen que estaban borrachos. Bueno...me dijeron que estaban chupaos y yo no entendía. Uno explicó que era que estaban en una fiesta de un hijo de él que se graduó y la embajadora los llamó. Me dice: 'Dígame lo que hay que hacer'.

“Pensé: 'Yo no puedo creer que la embajadora no le haya dicho a esta gente cuál es la tarea'. Entonces les digo: 'Lo que hay que hacer es ir para Valle Grande'. Me di cuenta que eran más de las 10 de la noche, que era un disparate porque para ir para Valle Grande eso conllevaba preparación y una serie de elementos. Conclusión: Ellos crearon las condiciones y salimos para Valle Grande”, recordó el especialista.

“Fui traumatizado por el camino porque yo no quería hablar nada con ellos. Lo mío era que me transportaran, pero no podía decir nada de mi tarea y ellos locos porque les explicara en qué consistía…Calla’o  todo el tiempo.

“Me acuerdo que iba mirando por el camino, yo decía 'como hay bonsais aquí', porque veía una cantidad de árboles chiquitos. Después me di cuenta que como era de noche y estaba todo oscuro, yo veía los árboles chiquitos porque había un barranco tremendo.

“Paramos por un lugar donde había una india con una fogata y uno de ellos le pregunta: '¿Tienes coca?'. Y yo, imagínate tú, que me había metido diez años de jefe de toxicología forense en La Habana cayéndole atrás a las drogas, pensé: 'Estoy embarcado, con quién me ha puesto la embajadora aquí'. Me acuerdo que le tiré el brazo por arriba a uno de ellos que era el jefe, el padre de familia y le digo: 'Mire, yo no sé qué le dijo la embajadora pero yo soy militante del Partido Comunista de Cuba. No tengo nada que ver con esto'.

“Me dice: 'No, no, doctor. ¿Por qué dice eso? Coca no es cocaína'. Y ahí me metió una muela. Da pena que yo haya sido durante diez años jefe de toxicología forense y este hombre que no había estudiado eso, me ha dado una explicación contundente...que coca no es cocaína, que es una tradición milenaria del pueblo boliviano y que eso es porque vamos a subir a la parte más difícil del camino. Entonces como ellos tienen sueño, hambre y sed, las hojas de coca las van a mascar y le van a quitar todo eso.

Es cuando les digo: 'No, no...compren entonces toda la suficiente porque lo que hay es que llegar'.

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“Llegamos a Valle Grande. Yo fui por 21 días y terminé viviendo cinco años y medio en Bolivia, porque como bien se dijo por las autoridades cubanas, no era a buscar los restos del Che, era a buscar los restos de los integrantes de la guerrilla del Che que eran 36; por tanto mi trabajo y el del equipo que después se conformó allá en Bolivia, era ese: encontrar a los 36. 

“Nos metimos allí cinco años y medio y encontramos a 31. No hallamos a los cinco restantes porque, primero, habían dos que cayeron al río, uno al Ñancaguazo y otro al Río Grande y nunca aparecieron. El río se los llevó. Los buscamos en los dos ríos, hasta 60 kilómetros a lo largo del río desde el punto de partida del lugar donde cayeron y nunca aparecieron.

“Hubo otro de los guerrilleros que lanzaron desde un helicóptero. Estuvimos un mes metidos en la montaña buscándolo ahí, el entiero...la posibilidad, porque hubo un campesino que lo encontró y que después lo enterró, pero no sabe decir en qué parte de la montaña lo hizo y cada vez que se le trató de preguntar, él no logró nunca ya tener memoria para decir. Ahí se estuvo escavando, tratando de hallar y no pudimos. Teníamos otro: El Rubio. Está enterrado cerca de Ñancaguazo, o sea que fue el combate del 10 de abril del ´67 y ahí estuvimos, en tres ocasiones haciendo intensas búsquedas en el lugar pero no lo logramos. A otro de los guerrilleros lo enterraron en el ´67 en una finca que la convirtieron en un campo de tiro en aquel periodo de la lucha de la guerrilla, pero que hoy es un pueblo, un caserío. Entonces, dónde está enterrado.Puede estar enterrado debajo de una casa, debajo de un parque del pueblo, era imposible saber...

“Esos son los cinco que no pudimos hallar, pero encontramos a 31 de 36, durante todo ese tiempo, en un área de búsqueda de unos 300 kilómetros de diámetro, un área extensa, compleja, selvática. Fue complicado”, rememora Popi.

“Estando en la selva, en uno de los momentos de la búsqueda me picó una garrapata y me transmitió la enfermedad de Lyme causada por una bacteria que se llama Borrelia (Puede causar síntomas que afectan la piel, el sistema nervioso, el corazón o las articulaciones de la persona). Terminé aquí en Cuba, en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK) ingresado, pero sin haberme casi recuperado tuve que volver a Bolivia porque había la posibilidad de un hallazgo y me tuve que reincorporar. Después también tuve hepatitis. Otro de los compañeros nuestros tuvo también un problema hepático.

“Pero estuvimos allí, hicimos los procesos de búsquedas, logramos encontrarlos y sobre todo, lo más importante, es que el éxito de la búsqueda estuvo en que nosotros la hicimos desde adentro: Nos vinculamos a las comunidades, vivíamos allí, tuvimos relaciones con la gente y así fue que logramos que las personas que sabían nos dijeran. Porque llegaba un momento en que decían: 'Es verdad que esta gente son dedicados, consagrados, hay que ayudarlos porque de verdad que están haciendo un esfuerzo'.

“Nos veían ahí mañana, tarde, noche, domingo, lunes... Habían fiestas, los carnavales de Valle Grande y nos preguntaban si íbamos a participar, y no, les decíamos que estábamos en la búsqueda”, contó Popi.

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Vista aérea de Vallegrande. En esta ciudad, además del hospital Señor de Malta, en cuya lavandería fue tomada la desgarradora imagen del cuerpo sin vida del Che, que posteriormente dio la vuelta al mundo, también existe un museo que exhibe objetos que pertenecieron a la guerrilla. Foto: Alejandro Azcuy/ Cubadebate.

“Al principio, en la avanzada, fui solo para Valle Grande. Siempre que llego a un lugar, tengo la necesidad de conocer el entorno, como en este caso que me quedé en una casa de huéspedes.

“Conmigo compartían el cuarto chinches, garrapatas, piojos, pulgas...había de todo, un zoológico era lo que tenía dentro del cuarto, el mejor lugar que había allí para hospedarse. Yo hice la exploración que siempre hacía en el entorno y como a las seis de la tarde, me toca un niño la puerta y me dice: 'Usted es el doctor González'. Le digo: 'Sí'. Me dice: 'Aquí le manda la señora María'.

“Traía un plato plástico con unos tamalitos que olían de lo más rico. Los cogí, siempre pensando en quién es María, preocupado por quien sería ella. En eso me salvó mi mamá, porque yo soy de Jovellanos, un pueblo de Matanzas donde los niveles de brujería son elevados y mi mamá me decía: 'Por la boca, nada'. Aquello se me quedó y fue lo que recordé, no lo que aprendí en toxicología después que vi de verdad meterle a la gente en un empanizado en una croqueta un veneno, en un empanizado de bistec un veneno, inyectarle a un pescado veneno en una parte para el que se comiera esa parte se muriera y los otros que comieron del pescado no. Todas esas cosas yo las vi.

“Yo decía: '¿María es federada o no es federada? Yo no sé. Tengo que ver...porque necesito apoyo, yo solo aquí no puedo hacer nada'. Cogí los tamales, los pelé. Eché las soguitas en el cesto de la basura de mi cuarto por si me iban a hacer un control creyeran que me comí los tamales. Cogí los tamales, los metí en un nylon, me puse el abrigo, me los metí debajo del brazo y salí para la calle. Hice una exploración para ver si alguien me estaba siguiendo. Y le fui para arriba al correo porque cuando había pasado por la tarde yo había visto que en el correo había un deambulante que estaba tirado durmiendo allí. Digo: 'Este es el hombre, este es el patriota que me va a ayudar a saber si María es federada o no'.

“Cuando me ve me saluda: '¿Cómo está doctor?'. Yo llevaba solo dos días ahí y ya él sabía que yo era el doctor cubano que había llegado. Le digo: 'Pasé y te vi. Es que a mí me regalaron (ahí les dicen uminta) estas umintas y a mí el maíz me hace daño. Soy alérgico. Iba a botarlos, pero me acordé que te vi por la tarde y mira, te los traje'.

“Me dijo: 'Sí, sí doctor, cómo no'. Le di los tamales. Me senté ahí, por supuesto, con él, esperé que se comiera el primer tamal, el segundo tamal, el tercer tamal. Esperé un ratico, vi que no vomitaba y digo 'perfecto'. Lo saludé y me fui. Por la mañana cuando me levanté, 6 am, corriendo fui para el correo a ver. Me encontré que el tipo estaba allí. Lo desperté y lo saludé. Le cogí la mano y digo: 'mantiene la fuerza muscular'. Le miré a los ojos, vi queno tenía una pupila más dilatada que la otra. Lo invité  a un café. El tipo caminando por delante de mí. Yo mirando cómo caminaba. Pensé: 'Mantiene una marcha adecuada'.

“Así me eché una semana. Todos los días iba a buscar el tipo por la mañana, lo exploraba, iba y lo saludaba. Transcurrida una semana, dije: 'María es federada', porque María no me había querido hacer daño y todo lo que María me había dado en la semana yo se lo daba al tipo, para ver cómo era la cosa. Tal vez la primera vez no tenía veneno pero la segunda lo tenía.

“Conclusión: Así fue la vida en Bolivia, cómo establecer relaciones, cómo buscar vínculos. Llegó un momento en el que yo en Bolivia podía levantar un teléfono y llamar a cualquiera de los pueblos en los que yo tenía que tener vínculos con ellos y ahí tenía un amigo, un contacto, una relación, siempre...gente que nos ayudaba, gente que cooperaba y así fue que se pudo hacer la búsqueda, con un equipo multidisciplinario, esto no lo hace una sola persona.

“Tuve la posibilidad de tener a una brillante historiadora, María del Carmen Ariet, del Centro Che Guevara, que es una persona que sí dominaba la historia del Che. Aunque a nosotros lo que nos interesaban eran los entierros, no la historia de la vida del Che,  tener a una profesional acuciosa,organizada y que logra empatía fue fundamental y arrojó muchos elementos.

“Teníamos otros compañeros en el equipo. Recuerdo al antropólogo forense que falleció lamentablemente hace muy poco, Sotto Izquierdo. Al principio me dicen 'vamos a partir, no llames la atención'. Y digo 'coño pero el antropólogo era negro, y en Valle Grande no hay negros, qué yo me hago, el negro va a llamar la atención'. Al principio me resistí a que Sotto fuera, luego ya Sotto se incorporó porque no quedaba más remedio. El tipo era brillante. Tenía que ir. Me di cuenta que me equivoqué porque Sotto era más atractivo que todos nosotros, porque como en Valle Grande no había negros, todo el mundo quería hablar con el negro.

“Entonces la gente lo invitaba a tomarse un café, un trago... y Sotto que era muy sociable enseguida establecía relaciones. Sotto era una fuente de información increíble, todo el mundo quería hablar con él, Sotto entraba a cualquier lugar. Así fue que hicimos el trabajo. No era que uno fuera historiador, antropólogo o el otro geofísico, no, todo el mundo trabajando, buscando información”.

Monumento al Che en La Higuera,Valle Grande. Foto: Tiempo21.

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“Así estuvimos en Bolvia: el trabajo sistemático, día, tarde y noche, la mayor parte del tiempo en la selva, con los riesgos que tenía”, rememora el especialista.

“El propio Comandante en Jefe me preguntó cuáles eran los peligros que había en la selva. Le dije que a lo que más temía era a los insectos porque son los que menos puedes controlar. Me preguntó: '¿Y qué más?'. Le dije: 'Bueno, Comandante, le teníamos miedo a las serpientes'.

“Aunque usted puede leerse el Diario del Che y se da cuenta que en ahí nadie lo pica una serpiente. Las serpientes no atacan, se defienden.

—Bueno, qué más.

—Bueno, el tigre. Estaba el jaguar...

—Y ustedes vieron alguna vez un tigre.

—Sí, claro Comandante.

—Y qué fue lo que hizo el tigre.

—No, Comandante. Yo puedo decir lo que yo hice. Vi al tigre, viré la cara y me mandé a correr.

—¿Y el tigre?

—Bueno, Comandante, yo creo que hizo lo mismo que yo que viró la cara y se mandó a correr.

—¿Cómo es eso?

—Porque si un tigre tiene genética boliviana...

—¿Cómo que genética boliviana?

—Sí, Comandante porque estamos acostumbrados a que en las películas los tigres se coman a la gente.

—Claro.

—No, Comandante...pero en Bolivia los indios se comen a los tigres. Cuando ven a una persona piensan que se los van a comer y los que salen huyendo son ellos, y por suerte el tigre no sabía que yo no era boliviano y corrió en sentido contrario.

(En construcción)

Vea además:

“Popi”, o Jorge González Pérez: Entre la medicina legal y el amor a Cuba (Parte I)

En video, las historias de Popi o el Dr. Jorge González