La doctora Laura examina a Nanda, quien evoluciona satisfactoriamente de una operación. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Estar ingresado en un hospital no está entre los planes felices de alguien, mucho menos en los de un niño inmerso en su mundo de fantasías donde no existe el dolor por el pinchazo de una aguja, el voltaje de los electrodos o los procederes invasivos que algunos exámenes médicos suponen, sin embargo, en la sala de Neuropediatría del Instituto Nacional de Neurología (INN), infantes y padres, a pesar de las circunstancias de salud, pueden sonreír y sentirse como en casa.

Nomás abres la puerta y percibes un afecto especial hacia los pequeños allí hospitalizados. Alguien ha pensado que ellos también merecen la ilusión de la navidad, y no sé si lo han logrado entre algunos o entre todos los trabajadores, pero a unos pasos de la entrada, se levanta un arbolito. En el techo del pasillo hay adornos coloridos. El peluche que cuelga en cada una de las habitaciones, los colores claros de las paredes, la luz a través de los cristales, la ventilación del lugar, el agua hervida para el consumo de los niños, el televisor y el aire acondicionado en casi todos los cuartos nos susurran que está hecho a la medida de los que saben querer.

Entonces la doctora Laura Macías Pavón, jefa del servicio desde septiembre reciente nos comenta dejando una lección a todos los trabajadores de centros asistenciales: “Lo menos que podemos hacer es que su estancia aquí sea lo más agradable posible. Algunos juguetes los traemos nosotros mismos, otros los donan los padres, porque nos percatamos que cuando estás examinando a un niño, si ellos ven ese tipo de objetos que les llama la atención y les gusta, pues se entretienen, se van sintiendo como en casa, y eso favorece la relación médico-paciente.

Como tenemos la particularidad de contar con un pantry afuera de la sala, le podemos hacer una “gracia" a la comida que viene de la cocina central del hospital. Por ejemplo, si hay una vianda, a nosotros nos la dan cruda con el aceite y la hacemos frita; si hay un poquito de helado, la administración lo destina a los niños; si hay una natilla es para ellos. Así le variamos el menú porque tienen diferentes edades, a veces no comen ciertos alimentos de determinada manera”.

La joven jefa, de solo 36 años, asegura que cuentan con el apoyo de los directivos del centro quienes suelen decir que esa tiene que ser la sala más bonita, la mejor porque en ella están los pacientes más importantes: los niños.

Laura es madre de un peque de seis años, tal vez por eso cada amanecer se pone en los zapatos de los progenitores que allí esperan un diagnóstico, un tratamiento; y además de estudiar científicamente los casos, se convierte en la amiga de la familia, escucha sus temores, ofrece esperanza, pero también el hombro cuando el resultado no es el más feliz. Muchas veces deja a su pequeño con papá, abuela, tíos y hasta con el vecino, porque en el segundo piso del INN la esperan sus otros niños, con afecciones de salud que no esperan.

Laura es madre y doctora en una sala que atiende a infantes de todo el país con problemas neurológicos que dependen de ciertos equipos y medicamentos, para un definición y procedimiento certero de la enfermedad, probablemente por ello sufre doble y triple la inhumana realidad del bloqueo estadounidense a la Isla.

“Los pacientes neurológicos son de los más afectados. Debido al bloqueo algunos medicinas que estos necesitan de por vida escasean, se encarecen aún más y se nos hace difícil llegarles, entonces tenemos que ponerles segundas y terceras estrategias terapéuticas. Si tuviéramos el tratamiento de primera línea lograríamos un control más rápido y un menor número de reacciones adversas.

Como consecuencia del boqueo carecemos de encimas necesarias en la detección de enfermedades metabólicas que tienen un inicio en las edades pediátricas y van progresando en el tiempo. Si tuviéramos esos recursos podríamos realizar los estudios genéticos y actuar a tiempo sobre esas estructuras dañadas en el paciente evitando daños mayores. A veces tenemos que trasladar muestras a otros países porque en Cuba no contamos con el quipo para ello.

“Gracias” a esa política, tiempo atrás, estuvimos seis meses en espera de una pieza para el equipo de resonancia de alto campo (único de su tipo en el país), imprescindible para el diagnóstico de enfermedades neurológicas. Estaba el dinero, pero no encontrábamos un banco que nos lo recibiera. Cuando logramos la negociación vino la otra odisea: mandar la pieza en un barco, lo cual demora semanas. Mientras, los niños de nuestra sala esperan una solución”.

Nanda está feliz. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

-En la Neuropediatría no siempre los resultados son los más felices. ¿Por qué elegiste esa especialidad?

“Es cierto, no es de las más felices porque son niños con enfermedades generalmente crónicas, niños que tienen afectadas algunas capacidades: el aprendizaje, el habla, la locomoción… Pero yo creo que lo más importante para los médicos que atendemos a estos niños es esa posibilidad de darle calidad de vida, que si bien a veces no es toda la que quisiéramos, contribuimos a integrarlos a la vida social, que sean funcionales en el hogar, que a pesar del déficit motor, a partir de la rehabilitación y otros procederes, puedan desarrollarse en las esferas en que su sistema nervioso les permita.

Sistema nervioso que en los niños tiene la peculiaridad de la neuroplasticidad, lo cual le permite la ganancia de habilidades que se pierden en algunas estructuras lesionadas sean suplidas por otras estructuras. En esa premisa pediátrica nos basamos para que ellos mejoren todo lo que puedan, y cuando tenemos una familia que nos apoya, que se integra con el equipo de salud pues tenemos los mejores resultados. Y eso nos da placer, satisfacción. Eso es lo más bonito”.

Como le sucedió años atrás con Samira, una niña de Boca de Camarioca, de un añito, que llegó con una epilepsia muy refractaria a tratamiento, más de 100 crisis en el día que no le permitían caminar, se iba para los lados, chocaba con las paredes, la mamá no la podía bajar de la cuna.

“Empezamos a batallar con ella, le diagnosticamos una enfermedad progresiva, pero el país le consiguió todos los medicamentos que necesitaba y hoy día es una niña que va a la escuela, de hecho acaba de pasar para segundo grado, lleva más de tres años libres de crisis, una niña feliz, escandalosa, de esos niños que dan un inmenso placer haberlos podido ayudar”, rememora la especialista en aliviar males del cuerpo y del alma.

Así le ha pasado con cientos pequeños, nos dice con sentimiento, pues “!Uff! niños en mi corazón yo creo que hay muchos”. Seguramente igual le sucederá con Nanda, la niña de 10 años que este viernes regresó a su Santiago con una felicidad chispeante, porque gracias a una operación realizada en el INN ya la médula anclada no le impedirá caminar bien ni le provocará dolores o controlar su orina.

Su madre Greisi Zamora Basulto, entre sonrisas comenta: “Estamos contentas, aquí el trato es buenísimo, tanto de los médicos como de todo el personal, esto es estar en casa, en especial por la doctora Laura”.

Cada viernes, cuando los pequeños y padres de la sala, antes de irse, pasan a saludarla y a agradecerle, felices, no asustados del medio hospitalario, animados o al menos satisfechos de lo que el equipo médico ha hecho por ellos, como le sucedió en el cuarto año de la carrera de Medicina, Laura se convence que lo de ella es devolverle esperanzas y sonrisas a los niños enfermos.

"Los niños cuando llevan dos días con nosotros salen corriendo a recibirnos por las mañanas, nos abrazan, nos dan un besito. Y eso lo llena a uno". Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Cada detalle de la sala de Neuropediatría del Instituto Nacional de Neurología refleja la entrega de su personal por los niños allí hospitalizados. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

En la sala de Neuropediatría del INN se forman especialistas de diversas naciones del mundo. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

"Aquí el trato es buenísimo, esto es estar en casa", asegura Greisi, la mamá de Nanda. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Parte del equipo de enfermería de la sala de Neuropediatría del INN integrado por cinco enfermeras. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Elizabeth Mayor se encarga de mejorarle la comida a los niños de la sala. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Uno de los tantos detalles que alegran la sala de Nueropediatría del INN. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

La China, Niurka Seino González, es una de las recepcionistas del INN; siempre amable y servicial. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.