Presidente cubano junto a una vecina de La Coloma.

Si usted quiere ayudar, vaya a La Coloma. O si no puede ir, done lo que tenga porque allí poco ha quedado. Fue la puerta abierta al Huracán Ian y este, groseramente, acabó.

Hoy estuve allí, y es impresionante la amabilidad de su gente. Vengo de una ciudad molesta, irritada. De una ciudad que lo tiene todo y quiere más. Está bien querer más, no me opongo a ello, pero a veces se hace necesario mirar al lado y preguntarse sobre qué bases se levantan nuestros privilegios.

En La Coloma hay mucho fango, un olor feo. Me explican que es el agua de mar que entró hasta donde quiso y se ha quedado estancada, ensuciándolo todo. Los niños corren de un lado a otro, como en un potrero enorme, no parece importunarles la situación y me pregunto qué pasará por sus cabecitas, cómo se les explica lo que pasó y cuánto durará. ¿Querrán volver a la escuela? ¿Tendrán pesadillas? ¿Cuándo volverán a ver los muñes, jugar Minecraft, o tomar sencillamente un vaso de agua fría? Pienso en mis hijas, privilegiadas.

Allí estuvo hoy el Presidente de la República. Ha ido tres veces a Pinar en la última semana. Se metió hasta en el último recoveco. Paró mil veces la caravana porque “hay que explicar y volver a explicar”. Se metió en los cuartos del centro de evacuación, caminó el pueblo, escuchó paciente las quejas: que si el policlínico no funciona, que si no han llegado los colchones, “venga, venga, para que usted vea cómo quedó esto aquí”.

La Coloma está fea y necesita toda la ayuda del mundo. Hay mucha gente trabajando en sus calles, quizás en unos días la situación sea otra. Solo le pido a quienes me leen que no se quejen más. Un ejército de brazos y de mucho cariño necesita La Coloma.

Salgamos de las redes y ayudemos a esas personas angustiadas, de piel curtida por el sol, y con ganas de sonreír aún. La señora de la foto que acompaña este texto perdió mucho y hoy necesitaba una mano en el hombro. Qué tal si nos metemos todos en ese abrazo.

(Tomado del perfil de Facebook de la autora)