Caricatura del periódico Girón.

Por Arnaldo Mirabal Hernández.

En momentos de crisis cualquier resquicio que posibilite las ilegalidades deviene en una oprobiosa afrenta al pueblo, ese que cada día intenta llevar los alimentos a la mesa a un costo que muchas veces triplica su valor.

Bastante se ha escrito sobre la escalada de precios que tanto agobia a los habitantes de este país, que ven cómo su salario se convierte en sal y agua cuando se detiene unos instantes en cualquier tarima y con el ceño fruncido observa los números desorbitantes.

Es cierto que en los últimos tiempos el país muestra un crecimiento considerable en las áreas cultivables; pero mientras el impacto no se aprecie directamente en el bolsillo del cubano, la consabida “oferta y demanda”, devenida ley comercial que justifica en gran medida el encarecimiento, seguirá provocando una estocada nociva que le roba la alegría a más de un compatriota.

Claro está que solo cosechando más se podrán disminuir los efectos de esta
problemática, si bien en ocasiones la formación de precios no responde a leyes
comerciales, sino a prácticas deshonestas que solo benefician a un actor de este
complejo entramado: el comerciante.

Sin intentar herir susceptibilidades, en muchas ocasiones prima el concepto del
hombre como lobo del hombre, dispuesto el vendedor a lanzar una dentellada feroz al monto esmirriado de ese cliente indefenso al que se le ha hecho tan familiar la hiriente frase de: lo tomas o lo dejas.

Y así se ve obligado cada día a adquirir o seguir de largo ante el “comerciante” que le vende una libra de chicharrones al mismo precio que una libra de costilla. A ello se suma la práctica habitual de ofertar productos que sin la calidad requerida mantienen el mismo precio.

Es tan sustancioso el negocio de vender, que cada día proliferan nuevos puntos de ventas como muestra fehaciente del incremento de las cosechas, pero los precios se mantienen por las nubes. El hecho de que en una cuadra coincidan dos carretilleros, por ejemplo, no implica la disminución del valor de cada vianda o fruta, porque todos pujan por agenciarse de grandes sumas de dinero sin miramiento alguno.

Emplearán como justificación que ellos también se ven obligados a desembolsar
grandes sumas para obtener otros bienes y servicios.

La formación de precios a partir del costo de producción de cada mercancía al
parecer solo forma parte de alguna materia en centros educacionales, que a la larga parece convertirse en letra muerta.

A esta deformación no escapan algunas entidades estatales que si bien en el
pasado fungían como alternativa viable para las personas de menos recursos, hoy muchas compiten con el sector particular si de colocar precios se trata.

Por supuesto, elementos para esgrimir razones que justifiquen este mal que crece cada día sobran, desde la subida de las materias primas hasta la existencia de las tiendas en MLC. Mientras esas razones persistan, pocos se plantean la necesidad perentoria de abaratar los costos.

Mas el tema de los precios continuará suscitando el malestar de muchos, sobre todo de quienes deben llegar a fin de mes solo con el ingreso de su salario.

El tema de los precios en Cuba es mucho más complejo que arremeter en una
cuartilla en blanco. Se adiciona el forcejeo de ciertos actores en el enmarañado
entramado de la comercialización, quienes ante el primer asomo de regulación,
optan por escamotear cualquier decisión escondiendo las mercancías y desabasteciendo los mercados.

Las autoridades dan los primeros pasos con la reactivación de las ferias comerciales en varios territorios de la provincia. Sin dudas, la variedad y calidad en las ofertas, así como los precios más asequibles, han repercutido favorablemente en la población.

Por tanto, de forma paralela se precisa un mayor control de las entidades que
comercializan alimentos para evitar desvíos que favorezcan a los revendedores.

Nadie ignora la difícil situación que enfrenta el país, pero sin control, las carencias agobian más.

(Tomado de Girón)