Nuevo Código de las Familias ampara los derechos de todos los cubanos.

Nací en una familia que me deseó, crió, educó, protegió y apoyó con infinito amor durante las últimas cuatro décadas. En la casa de tablas que es mi lugar en el mundo, en una finca al centro del país, registrada no sabemos por quién con el nombre de Astucia, crecí entre mis bisabuelos, abuelos, tíos, viéndolos labrar la tierra y compartir los frutos del trabajo.

Buscando que me iniciara en la vida escolar en el pueblo, mis padres y yo comenzamos a vivir en la cabecera municipal, al cuidado de un pariente anciano cuyo hijo residía en otra provincia del país y por el que velamos hasta el último día de su vida como si fuéramos su descendencia.

A la casa del campo regresábamos cada fin de semana, y también lo hacían mis tíos y mis primos, y a veces, hasta las familias de las esposas de mis tíos. Ahora, como si estuviera a la sombra del framboyán florecido que marcaba la entrada, puedo ver como en una postal aquellos días: mi abuelo como anfitrión siempre buscando un motivo para asar un puerco, toda la muchachada corriendo, rodando sobre la yerba, trepando por los palos de la casa de tabaco, o todos en el surco regando, escardando, guataqueando. Siempre juntos, en familia.

Juntos hemos llorado a nuestros muertos, celebrado a los recién nacidos, halado con fuerza cuando las bacterias o los virus pretendieron arrebatarnos a alguno de los nuestros, inventado motivos para festejar. Y vendrán otros momentos de alegría o de dolor, y cerca o lejos, siempre juntos, en familia.

Los caminos de la vida, me llevaron desde aquel lugar en el campo al Centro Nacional de Educación Sexual en La Habana. El primer día que llegué allí, mientras esperaba en la recepción, reflexionaba. Hubiera querido un cuerpo con menos senos y piernas más envueltas en carne. Algunos minutos de la vida se pierden en esas inconformidades irremediables. ¿Cómo me sentiría entonces si hubiera nacido con un esqueleto al que no responden ni el cerebro ni los sentimientos? Dialogando con personas cuya condición de vida ha sido esa y se reconocen como transexuales, he sentido el dolor y discriminación que han experimentado durante su existencia. “Desde que estaba en el círculo me ponía las baticas de las niñas. Mi padre me expulsó de la casa a los doce años”, y no pudo seguir contándome una de ellas. Hay historias más desgarradoras,no todas han conseguido ser personas de bien como esta compañera de trabajo.

¿Cómo negarles a esos miles de cubanos y cubanas –porque son miles- la posibilidad de crecer y vivir sin miedos y discriminación?

Sea cual sea el resultado del referendo popular por un nuevo Código de las Familias este domingo, todo cuanto hemos leído, escuchado en los últimos meses, sin dudas nos ha sensibilizado para comprender y respetar. En todos y todas hay un denominador común, la necesidad del amor, del afecto. Para garantizar el derecho a recibirlos, nació esta legislación.

En esos pensamientos, me quedo con las palabras de mi colega Paquito, al que ni los dolores del cuerpo han arrebatado su alegría de vivir: “Vamos a hacer el referendo en un momento tan difícil. Hay que tener conciencia de eso. (…) Tenemos muchas dificultades. Pero así y todo vamos a hacer este referendo. Y creo que la gente tiene que pensar en que esas dificultades tenemos que resolverlas, pero la buena noticia es que nos podemos dar algo bueno dentro de este panorama nosotros mismos, esto que no depende de recursos, que depende de la voluntad que hemos tenido de hacer justicia en nuestro país.”

A quienes hemos nacido, crecido y vivido en familias de amor, nos debe sobrar voluntad y caridad para compartir lo que hemos recibido.