Ayestarán. Foto: Dazra Novak/ Habana por Dentro.

La Calzada de Ayestarán –no Ayesterán, como se escucha con frecuencia– es una de las vías habaneras más transitadas.

Nace en Carlos Tercero –Avenida Salvador  Allende– e Infanta y se interna en lo que se llamó Ensanche de La Habana para desembocar en la Calzada de Boyeros. La cortan importantes avenidas.

Hay en ella viviendas, centros de producción y servicios, oficinas diversas, laboratorios farmacéuticos, establecimientos comerciales y de recreo, sucursales bancarias y lugares de culto.

En dicha calle y sus alrededores se asentó entre las décadas de 1940 y 1950 el llamado distrito cinematográfico de La Habana, con empresas como el Circuito Carrerá, propietario de los cines Acapulco, Trianón, Auditórium  y San Francisco,  entre otros; Cine Periódico S. A., productor de noticieros y documentales, Centro Fílmico y Noticuba, productora de materiales informativos. No puede eludirse en este recuento, forzosamente incompleto, las célebres “casitas de Ayestarán” que los amantes alquilaban por horas  -generalmente tres- para sus encuentros íntimos.

En las inmediaciones de esta calle se ubicaron Social, la importante revista de Conrado W. Massaguer, y la prestigiosa clínica Fortún-Souza, donde el poeta Federico García Lorca, de paso por La Habana de 1930, fue operado de un quiste en una nalga, que él llamaba “mi rubí”.

Cerca de Ayestarán se hallaba, asimismo, el parque donde, en 1957, en ocasión del centenario de su natalicio, se emplazó el busto de Allan Kardec, padre del espiritismo. Desalojado inexplicablemente de su sitio, la acción trajo mala suerte a todo el que tuvo que ver con el retiro de la pieza, hasta que se colocó de nuevo, esta vez al fondo de la Estación Central de Ferrocarriles. En la esquina de Ayestarán y San Pedro, la sala cinematográfica City Hall, edificada en 1951, se acerca, por su estilo constructivo, al Movimiento Moderno de la arquitectura.

Balas y sangre

En Ayestarán esquina a 20 de Mayo ocurrieron en 1949 los dos atentados que  Policarpo Soler perpetró contra Luis Felipe Salazar Callicó (Wichy) caballeros ambos del gatillo alegre, pero de tendencias rivales. El cuerpo de Noel, hermano de Wichy y jefe de la policía del Ministerio de Educación apareció, dentro de un automóvil, acribillado a balazos y cosido literalmente a puñaladas. Convencido Wichy de que Policarpo había sido el asesino, se dedicó a buscarlo para ajustarle cuentas, pero Policarpo le cazó la pelea y le cogió la delantera.

Del primero de los dos atentados, Wichy  salió gravemente herido. Se repuso al fin, pero a partir de ahí vivió, se dice, como un condenado a muerte sin fecha fija. Llegó así el 1ro de septiembre.

Ese día, temprano en la mañana, acudió al cementerio a gestionar el traslado de los restos de su hermano. Lo acompañaban un amigo de confianza y su hermana Efigenia.

Regresó a su casa y al descender del automóvil una ráfaga de ametralladora disparada desde un auto en marcha, al estilo de los pistoleros de Chicago, los abatió a los tres.

La mujer cayó cerca de la calle y los dos hombres esgrimieron sus armas sin que pudieran repeler la agresión. Otro automóvil se acercó a la escena  y uno de sus tripulantes descargó su ametralladora contra los tres cuerpos, todavía tendidos en la calle.

Efigenia, que quedó viva para contar la historia, declaró que vio descender del segundo vehículo a un hombre grueso, de  pelo negro, bien vestido y espejuelos oscuros que, ametralladora en mano, remató con saña a Wichy Salazar y a su amigo. Lo reconoció sin vacilación alguna. Era Policarpo Soler y, entre otros, lo acompañaba Orlando León Lemus, El Colora´o.

El legado hispánico

Muy llamativo es en esta Calzada el monumental grupo escultórico conocido como El legado hispánico. Se erige en el parquecito triangular que queda al fondo del edificio de la Biblioteca Nacional y es obra de la escultora norteamericana  Anna Huntington, quien es asimismo la autora de la única escultura ecuestre de José Martí y se halla en el Parque Central de Nueva York. Una réplica de ese Martí a caballo fue traída a Cuba, gracias a las gestiones del historiador Eusebio Leal y el apoyo financiero de cubanos radicados en el exterior. Se emplazó frente al Museo de la Revolución, antiguo Palacio Presidencial.

El legado hispánico fue donado a Cuba, en 1956, por el esposo de la escultora, ya fallecida entonces.

Moriré como viví

Esta transitada Calzada lleva desde 1904 el nombre de Luis Ayestarán, patriota nacido en La Habana, en 1846. Abogado, miembro de la Cámara de Representantes de la República en Armas, participó en más de veinte combates, muchos de ellos bajo las órdenes de Ignacio Agramonte. Llevaba alrededor de un año en la contienda cuando se le confió una misión en el exterior. Cumplió el encargo y tras no pocos contratiempos logró desembarcar en Cayo Romano. Allí, perdido, vagó días y días sin comer ni beber hasta que cayó en manos de los españoles. Prisionero, llegó a la capital del país, el 23 de septiembre de 1870 y ese mismo día fue sometido a un consejo de guerra sumarísimo. En la misma fecha, aun sin conocer la sentencia, pero convencido de que sería condenado a muerte, escribió a su madre: “Moriré como he vivido”.

Luis Ayestarán Moliner fue el primer habanero que se incorporó al Ejército Libertador.